lunes, 24 de diciembre de 2007

"Un Niño nos ha nacido..." (Is 9, 5)


«Ahora, por tanto, nuestra paz no es prometida, sino enviada; no es diferida, sino concedida; no es profetizada, sino realizada: el Padre ha enviado a la tierra algo así como un saco lleno de misericordia; un saco, diría, que se romperá en la pasión, para que se derrame el precio de nuestro rescate que contiene; un saco que, si bien es pequeño, está ya totalmente lleno. En efecto, un niño se nos ha dado, pero en este niño habita toda la plenitud de la divinidad» (S. BERNARDO, Sermón 1 de Epifanía, 1-2).

¡FELIZ NAVIDAD!

sábado, 22 de diciembre de 2007

Spinetta en La Trastienda

(Hay más fotos: clickear abajo)
































viernes, 21 de diciembre de 2007

lunes, 10 de diciembre de 2007

Canción de Bajo Belgrano

("Bajo Belgrano", Luis Alberto Spinetta)

La mañana
lanza llamas
desde su herida, débilmente,
caleidoscopio de ciudad y vos tan sólo, tu ropa está vacía…
tan lejos del hogar estás
que todo sueño duele más
y ya no hay forma de recomenzar.

Los gorriones
se suben a todo armiño luminoso,
tango de caras
organillero distinto,
sentado en la avenida
y ya nadie te escucha nunca.

Desolado el hombre perdido
entre camionetas quemadas,
en aserrín habrán marcado su mirada
como a una huella
y esta siempre se diluye
como ojos, barro, cielos, todo...

Bajo Belgrano, amor ascendente,
es ella quien te busca donde vos no estás
y es que toda tu canción persistirá
siempre, siempre, y hasta en el turbio río...

Horizonte,
litera de casas,
perpetuo remolido
y medida distante
y vos estás tan sólo,
loco, iridiscente,
tu ropa está vacía...
y ya nadie te escucha nunca.

Todos dicen que quizá el amor vuelva un día
si es que este muro se logra derribar.



San Martín es el padre de la Patria. La encarnación de quien cumple su destino en forma acabada. Imagen del profesional que sabe lo que hace, cuáles son los medios que debe utilizar para alcanzar sus objetivos y que, una vez logrados, se retira impoluto de la escena. Belgrano, en cambio resulta de una coyuntura opuesta. Educado para la paz de los escritorios, terminó en los campos de batalla, llevando adelante una tarea enorme que no sentía y para la que no estaba preparado. Es el héroe abnegado que se somete a las circunstancias. Su mitología se apoya más en la creación simbólica que en lo concretamente realizado. La historia con su pretensión de ciencia, prefiere lo real a lo ideal. Es una historia de hechos y por lo tanto ha ubicado en el primer lugar a San Martín y resignado a Belgrano en el segundo.

De todos modos hay una reparación hecha a favor de este último, que llega desde un lugar inesperado. Justicia toponímica. Los héroes nombran lugares, y con frecuencia estos terminan por escribir una nueva historia a veces no desprovista de reivindicaciones. Hay nombres que adquieren una dimensión más grande que los que le dieron nombre. Nadie duda que es más conocida “la” General Paz que “el” general Paz. Algo de esto sucede entre los dos próceres antes comparados. Belgrano es avenida y San
Martín apenas calle. Se podrá traer a colación “Libertador” pero este es un término demasiado vago y pocos se acuerdan que recuerda a don José. Pasando de la línea a la superficie, San Martín tiene los borrosos contornos de un suburbio, Belgrano es un barrio que se siente país.

Como todo país, Belgrano tiene una intolerable aristocracia de barrio y además distintas regiones, con climas y gentes bien distintas. Sus provincias tienen identificaciones de letras que refieren a las frías zonificaciones del Código u otras que hacen referencia a su geografía y a su historia. Está el de las casonas con pretendido aire británico, el de la nueva opulencia de odiadas torres, el moderno “Las Cañitas” con olor a bosta de pura sangre, o la abrupta geografía de las barrancas que recuerdan un río antiguo que emigró mas allá de la autopista. También tiene una historia pequeña pero gloriosa, cuando asolaban los rifleros y Avellaneda salvó la patria, entre las lechugas y calabazas de sus quintas.

Yo me siento un extraño en todas sus provincias, me pierdo entre sus avenidas de sustantivos comunes como Juramento o Congreso y esa de los Incas, que nunca supe qué tenían que hacer allí entre españolísimos virreyes. Además, el túnel de Libertador y su cruce demasiado tangente a las vías me provoca una instantánea pérdida de la orientación. Si Belgrano es un país como pretende, para mí es uno de los más extraños, una Cólquide sin oveja dorada. Como si la “Filcar” donde busco sus calles fuera un antiguo mapa de pergamino gastado.

Pero todo continente tiene su patio trasero. Un pequeño arrabal olvidado, un fleco deshilachado, que se desprende de la vistosa tela. Siempre hay una parte del vestido, por más pretencioso que este sea, que se arrastra contra el suelo. Es en esta lonja, llamada con desdén altanero “bajo” Belgrano, en donde se posa la mirada tierna del poeta. Una mirada que eleva lo mirado con un “amor ascendente” que redime. No es la oda que celebra lo ya enaltecido, sino aquella que pone su atención en lo rastrero para rescatarlo de su condición. Una descripción enumera arquetipos, que aparecen nítidos bajo el siempre revelador sol matutino. Todo lo señalado tiene la marca de lo inútil, de lo que nadie escucha, de lo arrumbado como en una gigantesca baulera urbana.

Pero todo no se acaba en esta dura visión que proponen estos versos. La fuerza de estos radica en la confusión que se produce entre el objeto evocado y el sujeto evocador. La distancia entre estas dos realidades se anula para dar lugar a aquel ser-en-el-mundo que fraguara el pensamiento de Heidegger. El barrio y su habitante se confunden en una simbiosis perfecta y comparten su destino de seres condenados a unas orillas áridas, que tienen del agua solo el recuerdo del “turbio río”.

A las referencias a los objetos se suma el fantasma de las ropas vacías de un hombre que camina tan desolado como las cosas que encuentra a su paso. Es la queja de todo existencialismo y su sentimiento de extrañeza frente al mundo donde fue arrojado. Un mundo que es su barrio y un barrio que es él mismo. Bajo Belgrano se convierte así en una experiencia existencial, pero también en el lugar desde donde partir siempre para comenzar de nuevo. Recomenzar.

El final trae la superación de todo existencialismo, que consiste inexorablemente en una trascendencia. Con la llegada del amor que rompe el encierro, el hombre puedes superar sus circunstancias. De todos modos, esta llegada debe contar, para hacerse efectiva, con la colaboración del hombre-barrio. Llega la hora de derribar los muros. Manos a la obra.

sábado, 8 de diciembre de 2007

viernes, 7 de diciembre de 2007

La miel en tu ventana

("Estrelicia", Luis Alberto Spinetta)

No deja de tentarme en las mañanas
La miel que deja el sol en tu ventana.

El sol no sabe donde voy,
el sol no dice “yo te amo”.

No deja de tentarme en las mañanas
tanta luz…


Tentar, es intentar desviar. Lo contrario de la vocación, que es un llamado a conducirnos recto hacia nuestro propio destino. La vocación es una voz que busca la claridad, un grito que quiere vencer nuestra habilidad de “mejor sordo”. La tentación, en cambio, es súbdola, desliza su secreto en la oscuridad, susurra sus sugestiones en recónditos rincones de la conciencia. La vocación apunta a lo más alto del humano espíritu, mientras la tentación vaga por el pantano de los sentidos. Sin embargo, ambas tienen en común la insistencia. El Bien llama y el Mal tienta. Los dos son incansables en su labor, que se inicia cada mañana en todas las ventanas.

El hombre es un ser-histórico. Todo conocimiento, según Dilthey, para dejar de ser parcial, debe ser visto bajo una perspectiva histórica. Así, la vocación de ayer puede transformarse en la tentación de mañana. Sin duda el sol fue alguna vez vocación, llamado al hombre a salir de los dominios nocturnos de la luna. De aquel mundo aún impenetrable a la razón, donde la diosa blanca desplegaba sus rigores mágicos y sus sangrientas brujerías. La irrupción de las deidades solares fue el llamado que despertó al hombre de aquella pesadilla. Con su luz entraron en la historia las ciencias y aquella aventura presuntuosa del pensar, que se llamó filosofía. El imprudente Helios y el divino Apolo, el fenicio Baal y el persa Mitra, Horus con su cabeza de halcón y el impronunciable Huitzilopochtli americano. Desde el Invicto Sol con que Aureliano aterrorizó a Roma próxima a su ocaso, hasta el Febo cuyos rayos iluminaron el histórico convento. Todos ellos son los nombres de este llamado a vivir bajo el diáfano imperio de la luz y dejar atrás las tinieblas.

Pero un día, Dios habló y su voz llamó a silencio a todos los dioses. Si bien las deidades solares abrieron al hombre la posibilidad de conocer el Universo, y a pesar del espléndido ropaje de la mitología, pronto aparecieron las limitaciones que son comunes a los ídolos. El mutismo de sus pétreos rostros, la desierta soledad de sus templos, la frialdad glacial de sus altares. Finalmente, resonó la Palabra que había sido en un principio. Un Dios locuaz que dice: “Yo te amo”, y que “sabe a donde vas”. Un llamado personal de quien es el Autor de la luz. Y ante esta nueva realidad revelada, el sol devino en tentación. Una miel que amenaza con dejar pringados en su engañosa realidad a los desprevenidos que se acerquen. Se sabe, difícil será apagar el hambre con el dulce fruto de la colmena.

Ayer fue la posibilidad de vivir bajo la luminosa pero siempre estrecha luz de la Razón. Tentación de comprenderlo todo, encerrando lo infinito en un sistema provisto por una mente caduca. Una luz que despreciaba lo inevitable de esa sombra llamada Misterio, indispensable a cualquier comprensión.

Hoy, el símbolo de lo razonable se convierte en lo saludable. El sol se “toma” como un elixir energizante. Al llegar la primavera se le ofrecen en las plazas los cuerpos de un blancor indefenso, para que él imprima su signo. El nombre del demonio es Ozono. Tentación de huir hacia la despreocupación de una Naturaleza inocente, que desconozca nuestra íntima esencia y nuestro último destino.

Ser tentado, de todas formas, es condición del ser humano. Un existencial. No dejará jamás de tentar la miel que deja el sol en la ventana. Sin embargo, advierte el poeta, este camino tiene sus límites, y también se avizora aridez. El sol no dice “yo te amo”.

jueves, 6 de diciembre de 2007

5 poderes

Proceso a Jesús de Nazareth


Jerusalén, vísperas de la Pascua judía,
año 33 de nuestra era,
entre la madrugada y el mediodía
del viernes hoy llamado Santo


1. Anás

La primera instancia es la de Anás, el saduceo. No es técnicamente una parte del juicio, ya que no pertenece a la justicia formal, si no que más bien se refiere al ámbito de lo personal. Se hace notar que el encuentro no es en una dependencia pública, es en su casa particular, antes del amanecer. Morada de un hombre que detentaba el máximo del poder, dentro de los estrechos límites que permitía la ocupación romana. No era el Sumo Sacerdote, pero lo había sido y también lo serían todos sus hijos. Actualmente lo era su yerno, Caifás. Un poder que se ejerce detrás de escena no es visible, pero es en esa ausencia que radica su fuerza. El hecho de saber que no se necesita de las investiduras, la ausencia de cargos y la falta de apariencias es precisamente lo que constituye este modo del poder. Lo oculto es, en este caso, evidencia. También su carácter hereditario le transmite una sensación de eternidad. El poder vitalicio algún día termina; el que pasa a otros miembros de la misma estirpe parece prolongarse hacia un tiempo indefinido. Con el traspaso endógeno, se produce también la vigencia de la trama en que se asienta. Los negociados, los silencios, los conocidos, las lealtades maniatadas tienen su continuidad automática con el descender de la sangre. Anás formuló unas pocas preguntas, pero sobre todo quiso verlo. Y eso no fue solo producto de la curiosidad, que seguramente tenía, fue una señal. No olvidemos que todos ellos le temían, también desde una perspectiva política, más aún después de los disturbios en el Templo, lugar de donde provenía su prestigio, además de sus cuantiosos ingresos. Anás quiso que de alguna manera se supiera quién estaba detrás de todo lo que sucedería. No le interesaban las respuestas y la única que obtuvo cerró el argumento con una sonora bofetada. El inicio de una espiral de violencia que iría en aumento con las horas. La reprimenda acorde a un estilo que utiliza la violencia como lenguaje. El estilo de las logias, de las mafias, de los grupos que abrazan el anonimato voluntario. No les gusta la figuración, pero no soportarían ser ignorados. Nutren desprecio por los que prefieren los símbolos del poder a su posesión efectiva. No ostentan la riqueza, pero son inmensamente ricos. Pocas palabras y en un tono casi imperceptible, porque es el interlocutor el que debe hacer el esfuerzo de escuchar sus susurradas sentencias. Le bastó una mirada para tranquilizarse. Seguramente haya pensado lo infundados que habían sido sus temores. Que continúen adelante los funcionarios con las formalidades del caso.


2. Sanedrín

De los silencios de donde proviene la sordidez del poder sombrío, pasamos al bullicio de lo explícito. El poder necesita ahora mostrarse y hacer la parodia de lo participado. Es la hora de los órganos colegiados, que suelen ahogar con sus discursos encendidos alguna verdad inconfesable. El Sanedrín había sido en origen la asamblea de las tribus de Israel. Pero lejos había quedado aquella edad pretérita en la cual los 70 ancianos impartían justicia junto a Moisés. Con los años se fueron incorporando miembros de la nobleza y de castas sacerdotales, y la pureza original fue sufriendo la infiltración de intereses. No mucho tiempo atrás, Herodes el Grande había hecho asesinar a gran cantidad de sus miembros poco dóciles a sus caprichos, para reemplazarlos por voluntades más afines. Su deterioro como cuerpo era visible, y por eso mismo los romanos lo dejaban subsistir. Son ese tipo de instituciones que se mantienen en los países dominados, para crear una vaga sensación de autogobierno. No se le permitía condenar a muerte, pero sí intrincarse en discusiones por cuestiones religiosas y civiles. Era uno de tantos parlamentos que mantienen las formas para asegurar su permanencia. Llega el momento de los grandes gestos, de la teatralidad, los tonos altisonantes, las barbas agitadas, los ojos al cielo y, en fin, las vestiduras rasgadas. Aparecen los testigos falsos, que se atropellan con las palabras y ayudan sin quererlo al acusado. Todo está decidido de antemano pero hay una paz pequeña que proviene de los procedimientos respetados con puntilloso celo. Seguramente había entre ellos quienes disentían, sin embargo las responsabilidades multiplicadas tranquilizan. El sueño tranquilo de las minorías, que descansan cómodas en su impotencia. Hay un exceso de palabras que ya nadie en realidad escucha. Aquí están representados los gigantescos organismos inútiles, las mesas de discusión aparente, las cámaras de la nada, las comisiones de la pereza y todos los que, amparados en lo múltiple, alumbran la mentira. De qué sirven los testimonios fraguados y llenos de vacilaciones. La paciencia de Caifás, al fin y al cabo el Sumo Sacerdote, tiene límites. Cansado de tanta parodia se pregunta por la validez de toda esa comedia. Una pregunta todo lo define, los tiempos del debate llegan a su fin. Caen entonces las máscaras y aparecen los hombres y su sed de golpes. El escupitajo del fariseo es la cifra de este desprecio manifiesto, que encubre algo del temor pasado. La burla del manto rojo y los pedidos de profecía son hijas del mismo miedo superado que al sentirse ridículo se transforma en violencia. El próximo paso incluye necesariamente pasar por el atrio romano, para hacer efectiva la condena.


3. Herodes

El poder a veces mantiene sus símbolos y sus gestos, aunque detrás de ellos se esconda el vacío. De todos modos, muchas veces alcanza con el solo parecer. No importa que nada lo sustente, el disfraz es suficiente. Todo ha cambiado radicalmente, pero ellos aún están allí. Es el ámbito de la farándula encumbrada que quiere que el espectáculo continúe siempre, no importa el precio. Son los reyes de este siglo, los presidentes con primer ministro, los embajadores de complejos protocolos. Aquellos que han sido olvidados en una especie de limbo de un poder que ya no es más. Apellidos ilustres, nombres rutilantes, propiedades desiertas, cargos despojados de sentido. Es la vida dedicada a una fiesta eterna, donde todo se diluye finalmente en un tedio insoportable. El aturdimiento como única medicina para continuar distraídos y comenzar a llenar ese espacio tan grande que es el día de un inútil. Todos estuvieron a una enorme distancia de entender lo que ocurría, pero ninguno estuvo más lejos que Herodes. Aquella era una corte de utilería, con soldados de carnaval y cortesanas sin ambición. Para que no se notara demasiado su irrelevante condición vivían recluidos en la áspera Perea dentro de la fortaleza de Maqueronte. Allí, harto de bufones que repetían sus bromas y de las contorsiones de bailarinas asiáticas, el Tetrarca encontró su diversión en robarle la mujer a su hermano. En un arrebato de lujuria cedió a los velos de Salomé y a la tentación de acallar la denuncia del profeta que subía desde sus calabozos. Pero la trasgresión requiere de sus límites y la ausencia de ellos genera la desesperación del trasgresor. Se sentía despreciado por los judíos, a cuya raza no pertenecía, y olvidado de los romanos, que ni siquiera lo tomaban en cuenta. Su padre, “El Grande”, al menos era cruel. El miedo funciona como un sustituto del respeto, pero infundirlo es un trabajo que hay que estar dispuesto a emprender. Los que disfrutan de este tipo de poder son, en general, perezosos. Pasar los días entre juegos repetidos y obscenidades triviales, rodeado de un lujo pequeño era su decadente cometido. Estaba algo arruinado por vicios menores y aburrido de una obsecuencia que ni siquiera se esforzaba en el disimulo. Pilato pensó que podría divertirlo aquel hijo de carpintero que se decía rey, o quizás pensó que podría ofenderlo. A sus ojos, la realeza estaba igualmente lejana de uno y de otro. Herodes no hizo ninguna de las dos cosas, solamente optó por seguir su lógica de circo. Lo trató con gran amabilidad y olvidó que tiempo atrás lo había llamado “zorro”. Este tipo de gente se resiste a la ardua tarea que implica el rencor. Le hizo algunas preguntas, movido solamente por una frivolidad esencial y, por supuesto, le pidió que hiciera algún milagro a la altura de su fama. Algo que trajera un aire de novedad, que es siempre el desafío que tiene el que dedica su vida al pasatiempo. Quedó desilusionado y hasta rabioso. Ahora habría que inventar otra manera de pasar la tarde. Su forma de violencia fue la burla. Lo vistió con un magnífico manto y lo mandó de vuelta a Pilato. Ley del vodevil, una broma se contesta con otra.


4. Pilatos

La instancia de la desnudez. El poder muestra su rostro duro, desprovisto de los maquillajes que mitigan la dureza de sus rasgos. La Historia sucumbe siempre al elogio de tan perfecta creación del orden y el derecho. Qué Estado, embriagado en algún momento de su vida, no soñó con ser Roma. Lo militar despierta siempre esa sensación de justeza y la precisión es una calma segura. La belleza austera que se esconde en un arma Ya no hay lugar para escenificaciones, ni para discursos, a partir de este momento hace su aparición la violencia con su inequívoca manifestación, la sangre. Es el poder que se ejerce con la fuerza de los látigos. Al silenciarse de las palabras, corresponde simétrica, la sordera de los golpes. Una contundencia que se siente en la carne. Los poderosos ya no dan razones, sencillamente castigan. Violencia pura, simple como la vara que se descarga recta sobre el cuerpo inerme. Este es el ámbito del soldado, donde la broma olvida la sutileza. Así se expresan los imperios, esta es su voz de hierro. No importa entender el fondo de las cosas, importa jamás mostrarse débil, no mostrar fisuras, golpear primero, golpear dos veces, infinitas veces. El análisis es un lujo que no está permitido en esta vida áspera. El orden es la meta suprema y se impone a cualquier costo, ahogándolo todo aún antes que sea un intento. Rápido, hay urgencias que este tipo de ejercicio requiere. La velocidad de respuesta es una virtud apreciada, los problemas se resuelven expeditivamente, eso muestra la fibra del comandante. Hay también un malhumor que es el propio del hombre de acción, que detesta la política. La discusión es una pérdida de tiempo que se suma al temor a ser enredado en sofismas, en disputas de sacerdotes, en los vericuetos de una religión incomprensible. Un hombre acostumbrado a soportar los más duros días de la legión no puede afrontar esas refriegas del espíritu. Qué era todo ese entrevero sobre realezas hipotéticas y reinos de otros mundos. Acaso no estaba claro de qué lado estaba el poder, qué importancia podía tener todo eso y qué ridícula obstinación en matar a ese hombre. Verdad que este, con su silencio, era irritante y ni siquiera se molestaba en solicitar clemencia. El diálogo breve se corta con una pregunta que se pretende filosófica, pero que no es más que la afirmación de un escéptico a la moda. El relativismo es un atajo al que siempre puede acudir la conciencia. Unos buenos azotes harían entrar en razón a todos. Tampoco hay tiempo para las visiones de las mujeres de mal sueño y sus premoniciones. Este es el mundo real, hay que actuar despierto. La flagelación debe ser calculada. No se trata de sadismo, hay que aplicar la cuota necesaria de sangre, la suficiente para calmar la sed y evitar el desborde. Se deben presentar las marcas de esta justicia sumaria: “Ecce homo”. Pero no es suficiente, al contrario, el clamor parece encenderse. No hay caso, se pasará a la fase siguiente. “Ibis ad crucem”.


5. El pueblo

El poder finalmente adopta su forma más compleja. Se hace amorfo. Abandona su rostro para diluirse en todos los rostros. Lo que se constituye como la potestad máxima, paradójicamente, se vuelve inasible. Se puede someter a alguien, incluso por largo tiempo, pero aun así se sabe que esta no es una conquista real. Sólo conquista quien consigue el amor de lo conquistado. El poder que proviene del pueblo debe ser así seducido, con palabras y también con esas promesas de cumplimiento imposible, que se llaman mentiras. También existe un sueño que le agrega complejidad a este primer carácter afectivo de este tipo de poder, que es su pretensión de verdad. Esa creencia difundida de que la voz de las muchedumbres es una voz de una veracidad irrevocable y de una fuerza incontrastable. Se olvida quizás que esa vos antes de ser emitida fue necesariamente condicionada. Es evidente que no surge de la nada, sino luego de que es el resultado de un intrincado proceso denominado cultura. Aquí también radica esa otra utopía que significa la posibilidad de control que permita el manejo de esta energía poderosa. Las ingenierías más sutiles se han puesto al servicio de esta alquimia imposible, encuestas de humores, curvas del deseo, sociologías refinadas pretenden conocer científicamente. Anticiparse es la llave del dominio. Con estas fórmulas, o por el más puro azar, algunos alcanzan la ansiada meta, pero una y otra vez el hombre se ha encontrado, antes o después, huérfano de lo que creía tener seguro entre sus manos. La volatilidad es otra de las características insoslayables de esta forma atomizada del poder. Las adhesiones populares tienen como estilo los cambios abruptos, los encumbramientos meteóricos y los descensos igualmente rápidos a noches de olvidos sin amanecer. A este díscolo juez se le pone la responsabilidad de decidir como instancia definitiva. En este gran mar se lavarán finalmente las conciencias que no quieren sobre sí ninguna responsabilidad. Como tantas otras veces, que sea el pueblo el que decida. Una multitud algo escasa, pero suficiente, es serpenteada por instigadores, que intentan inclinar la balanza de este nuevo magistrado hacia su favor. Son las pequeñas fuentes que susurran rumores con descuido cómplice. Hay una primera compulsa, que disfrazada de clemencia, pone en competencia lo incomparable. Plebiscito insólito que arroja un resultado esperado en favor de aquellos héroes efímeros que suelen concitar la ferviente adhesión de una masa sometida. Barrabás, el zelota, representa el atajo de la impotencia, la seducción de una aventura imposible que ciertamente llevaría a la destrucción de aquellos hombres algunas décadas después de estos sucesos. No fue complicado para aquellos agentes de opinión dirigir la elección, demostrando la efectividad que un movimiento coordinado tiene sobre la masa. Superado este escollo, quedaba decidir el destino del otro contendiente, para el que se pide a gritos el más indigno de los castigos. El pueblo se ha pronunciado, no quedan entonces más instancias. Que traigan la jofaina.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

martes, 4 de diciembre de 2007

Fuji

("Estrelicia", Luis Alberto Spinetta)

Has dejado noches,
noches del adiós,
La certeza de tus ojos,
cree que me voy...

Has dejado un cielo,
para amanecerlo a la vez, allí...

Cruzas solo puentes,
puentes entre ti...

Las flores y el silencio,
son cosas de tu amor...

Has dejado un río,
para atravesarlo a la vez, allí...

Y es que me espera,
y cobijo me dará...
entre sus manos,
hasta que luego venga Fuji,
con el mundo...

Y me hace las señales,
con las piernas
desde un punto de la calle desolada,
y es que puedo soportar,
esta distancia,
y es que te has impreso en mi,
como una luz.



Hay un “allá” y una “acá”. Y entre ellos, una distancia.

El hombre desde su “acá” intuye el allá, a veces próximo, otras tan lejano. Calcular esa distancia ha sido desde siempre tarea del humano cavilar, y también una cuestión de precedencias. Platón consideró como verdadero solo el “allá”, otorgándole a este, nuestro mundo sensible, fama de embustero. Nietzsche, al contrario, pensó que toda construcción más allá del “acá” era un remedio para cobardes. Spinoza, por su parte, evitó las primacías y anuló la distancia. “Allá” y “acá” pertenecen, según su primigenio panteísmo, a la misma Sustancia. Las cosas y Dios son la misma Cosa. Por último, los que contamos con el auxilio de la Fe, reconocemos en Jesucristo, Dios hecho hombre, el punto exacto donde ambas realidades misteriosamente se conjugan. Él es la llave que ayuda a “soportar esta distancia” y también el puente que nos hará posible, en el final, cruzarla.

Todos los grandes pensadores han calculado con precisión de geómetra esta distancia obteniendo los resultados más diversos. La diferencia del instrumental utilizado por cada uno, para realizar las mediciones, hacía previsible la disparidad que su intrincado álgebra arroja.

Un eco de todo esto resuena en las líneas de “Fuji”. Una medición realizada con el particular instrumental de la poesía. Inexacto, aproximado, equívoco, pero siempre fascinante y, a su manera, verdadero.

El “allá” se manifiesta en el “acá”. Un Dios que deja, con intencional descuido y sin estridencias, su rastro en lo creado. Un mensaje que descubre la intención que lo mueve, ya que las cosas se descubren como objetos de su amor. Un Dios autosuficiente, pero que se reconoce como destino y que nos espera para darnos cobijo entre sus manos. Estos son los frutos de una contemplación que termina bruscamente con una interrupción algo insolente. Todo esto ocurre hasta que llega Fuji, y para colmo, con el mundo.

Quién es Fuji, no lo sé. La ausencia de artículo parece suponer que es alguien y no algo. Su nombre me recuerda los benéficos espirales que encendíamos en verano para evitar los mosquitos, que quedaban abombados contra el cielorraso. También está la sagrada montaña del Japón, cuya imagen vi por primera vez en un capítulo de Meteoro. Un accidente de forma purísima, pero tan atiborrado de significados místicos que al final carece totalmente de sentido para un pedestre occidental. En cuanto a las películas, siempre preferí la alemana sobriedad de la Kodak. No se quién es Fuji, pero al menos se quién la acompaña. El mundo.

Más allá de conocer la identidad del sujeto, la enigmática aparición de ambos personajes tiene un efecto concreto. Este es el llamado a despertar a la realidad, el reclamo a volver la mirada desde el “allá” al “acá”. El paisaje cambia las bellezas naturales por la urbana calle desierta, y Fuji desde el fondo hace señales con sus piernas. Quién sabe nos esté invitando a ponernos, de una vez, en movimiento. Quizás Fuji sea un ángel, como aquel que interpelara a los rústicos Apóstoles de Galilea, que continuaban atónitos e impertérritos mirando al cielo.

La distancia entre el “allá” y el “acá” ha sido nuevamente restablecida. Sin embargo, la misma se hace soportable. Misteriosamente la inmaterial luz ha dejado su huella. Retomemos nuestros endebles instrumentos y volvamos a intentar una nueva medición.

domingo, 2 de diciembre de 2007

sábado, 1 de diciembre de 2007

Durazno sangrando

("Durazno sangrando", Luis Alberto Spinetta)


Temprano el durazno del árbol cayó…
Su piel era rosa dorada del sol…
Y al verse en la suerte de todo frutal…
A la orilla de un río su fe lo hizo llegar…
Dicen que en este valle
los duraznos son de los duendes…

Pasó cierto tiempo en el mismo lugar,
hasta que un buen día se puso a escuchar
una melodía muy triste del sur
que así le lloraba desde su interior:

–"Quien canta es tu carozo,
pues tu cuerpo al fin tiene un alma…

Y si tu ser estalla,
será un corazón el que sangre…

Y la canción que escuchas
tu cuerpo abrirá con el alba".

La brisa de enero a la orilla llegó,
la noche del tiempo sus horas cumplió…
Y al llegar el alba el carozo cantó,
partiendo al durazno que al río cayó…
Y el durazno partido,
ya sangrando está bajo el agua…



El agua siempre fue imagen de la vida en cuanto posibilidad; el árbol, en cambio, lo es en cuanto alegoría de una vida concreta. Para decirlo aristotélicamente, el agua es potencia y el árbol, acto. Uno es condición de posibilidad, el otro es un concreto existir en el tiempo. Ambos han tenido siempre una estrecha relación con la divinidad. La historia del hombre esta surcada de manantiales sagrados, habitada de deidades fluviales, y empapada de mitos oceánicos. Pero también la historia de la Salvación comienza con el fatídico árbol del Edén y culmina en el árbol de la Cruz. El agua y el árbol, ontológicamente, el ser y el existir.

El árbol es también un particular modo de existir. Una metáfora que hace hincapié en un universo de relaciones y también en un destino. Un sistema de dependencias recíprocas y cerradas que tienen el fruto como feliz culminación. El árbol que no da fruto es maldito, como la evangélica higuera, y el fruto que desprecia su planta merece el fuego, como el sarmiento de la parábola. Vivir como un árbol implica entonces reconocer una dependencia y una pertenencia, además de aceptar un sentido. Se vive desde algo y también para algo. Ser árbol es, en definitiva, un modo de ser hombre. Quizás el único modo digno de serlo.

En este caso, sin embargo, el poeta practica una escisión en la monolítica semántica del árbol. El fruto aparece como una realidad desprendida simplemente por el inevitable cumplirse de su suerte “frutal”. Una separación sin conflicto de una madre-árbol, no desprovista de aromas freudianos. El rosado y asoleado durazno adolescente cumple la inevitable ley de la vida que indica, en un determinado momento, comenzar a hacerse cargo de sí mismo, lejos de las cómodas seguridades arbóreas.

Luego del primer aturdimiento producido por el abrupto irrumpir en el valle, nuestro joven durazno permanece cierto tiempo estático. Observa un mundo habitado por duendes, que le es extraño. No parece, de todos modos, ser un durazno totalmente desprevenido, ya que sabemos que una fe lo asiste y lo empuja hasta la orilla del río. En esta privilegiada ubicación, en contacto con el agua vital, es donde recibe el mensaje que proviene desde su interior y que le comunica algo esencial. Es una canción triste, que parece llegarle de lejos, aunque proviene de su interior, señalando que a veces lo más íntimo es lo más lejano. El abandono del cálido árbol de la niñez es seguramente una experiencia no desprovista de dolor, y la canción llora. Vivir parece ser para el durazno el lento, y a veces arduo, transitar del árbol al agua. Rodar desde la causa eficiente, hacia la causa final.

Su cuerpo tiene un alma, su vida es algo más que lo que su apariencia indica. Tener un alma es una revelación a la que es imposible permanecer indiferente y es lo único que recibirá desde su carozo-conciencia. Con esta nueva y densa realidad sobre los hombros, la existencia del durazno se encamina a su hora. El doloroso encuentro con el agua, partido y sangrante, pero imagino feliz. Metáfora de una muerte frutal, que habiendo cumplido su destino, es también fructífera. Quizás el carozo arrastrado en la corriente sea árbol en otro valle. Pero prefiero, por el momento, detenerme en el encuentro definitivo con la divinidad cuyo ser hizo posible su existir.